La magía de María

María llevó su magia a mi cuarto y se la llevó antier. María y la noche me embrujaron y yo no supe qué hacer. Alguna vez me preguntó: “¿Por qué me tienes tanto miedo?”, no recuerdo haberle contestado algo. Si la tuviera frente a mí en este momento, le diría que no hubiera podido soportar perderla. Así que decidí sabotear lo que pudo haber sido y dejarlo en eso: en algo que pudo ser y no fue. ¿Cómo verga no me iba a encantar María? Si me hablaba de los colores que proyecta la gente, de cómo la gente vibra en diferentes sintonías, de la energía de cada ser humano. Güey, me hablaba de magia pura. Cómo mierda no me iba a gustar tanto una morra que llevara por nombre el de María. Cómo no proponerle que renunciara a su trabajo y que viniera a recorrer el mundo conmigo. Ahora, sentado frente a esta playa que tanta vida me da, pienso en ella, pienso en la noche que cayó encima de nosotros en mi azotea, pienso en sus labios peleando con los míos, pienso en sus manos entrelazadas con las mías, pienso en ella arañándome, pienso en sus cicatrices: recuerdo haberle dicho (porque lo vi en una película) que éstas mostraban que el pasado había sido una realidad y cómo me contestó que no le importaba un carajo lo bien que sonara eso, ella las odia; pienso en las veces que me dijo que mis tatuajes eran una mierda mientras se reía de ellos, pienso en la mañana que no queríamos que terminara, también pienso en la noche en la que se fue, misma noche en que nos descubrimos y la noche en la que me descubrí siendo el mismo de siempre, el mismo pendejo que dice lo que no quiere decir, que actúa como odia actuar y que después intenta recuperar lo que perdió. Hasta decirlo suena ridículo: recuperar lo que perdí. Pierdes algo que es tuyo, pero María no era mía. María es de ella, María es de su magia y la magia es de María.

Fotografía: Gediminas Jankevicius