La desaparición del Helado

¿Habías probado alguna vez helado más perfecto? Karina lo había hecho, el mejor helado de yogurt de la ciudad. ¿Ciudad? ¡Nah!, del estado, del país, del mundo. Podías ponerle cuantos aditivos quisieras y la combinación favorita de aquella pequeña fémina era; kiwi al fondo, cereza en medio y galleta de chocolate hecha polvo como cobertura.

Karina no tenía miedo de probar lo perfecto, ¿tú lo tienes? Ella quizá ni siquiera lo sabía, se lo jambaba sin pensar, se deshacía en él, restregaba su cuerpo, se derretía junto con él. ¿Consecuencias? No, ella no pensaba en eso. Amar algo no debería tener consecuencias, no malas por lo menos. Pero no era cualquier “algo” era PER-FEC-CIÓN, el mejor helado del mundo, EL MUNDO. Y te advierto amigo, que si de algo deberías tener miedo, es de encontrar la perfección y amarla. Ah sí, y Karina nunca tenía en mente que eso podría acabar. Ja’

Y bueno, presientes lo que viene, lo sé y tienes razón. Exacto, un día como de costumbre Karina fue en busca de su tan apreciado helado, y bueno, lo que todos sospechábamos, la tienda estaba cerrada,  había trabajadores desmontando el espectacular de la heladería, de la mejor heladería del mundo, EL MUNDO… Karina no pudo guardar la calma, como era de esperarse. Y reventó en llanto, no cualquier llanto, sus gritos ahuyentaban a perros y gatitos, sus lágrimas erosionaban la cantera del jardín de en frente de la heladería, pues ahí era desde donde Karina observaba su desgracia.

¿Has sentido que te hierbe la sangre? Yo tampoco, pero Karina justo en ese momento lo más que deseaba era salirse de su cuerpo, pues ella no cabía en sí misma, sus manos, sus piernas, su espalda, no podían sostenerla, parecía que la sangre buscaría cualquier orificio para salir, nada faltaba para ver que de los oídos, Karina se escurría gota a gota. Vivir en ella era lo peor que a cualquiera pudiera pasarle.

¿Recuerdas que te advertí lo peligroso que puede ser amar la perfección?

Yo no tenía miedo, hasta que vi a Karina, con los ojos zombificados, buscando en otros helados, miserias de perfección, cachitos de suculenta y derretida perfección, sobras, migajas de cerezosa perfección, de kiwisosa perfección. Y nada, no era suficiente, ni un poco, nada se le acercaba, nada era igual. Helados horribles y muy horribles, asquerosos helados, inconsistentes helados, obscenos helados, rugosos, vulgares, insolentes helados.

La lengua de Karina era ahora la más triste de la ciudad, ¡nah!, del estado, del país, del mundo… el mundo.

Fotografía por Bill Dane