Me dice que el mejor psicólogo se llama Jesucristo, me regala dos tarjetas y se despide con su mirada displicente; a la cuadra prendo un pucho, la esquina huele a mutantes sudorosos y enojados, similares a mí.

-Flaco, ¿Tiene un cuero que me regale?
-No, pero con esto se hace un filtro.
-Buena, gracias…

Pienso que el mejor psicólogo es negligente. Un policía me mira, dos perros ladran, hay un frenón en seco. Mucho alboroto, mi corazón está cuadriculado, hasta a mí llega el asfalto, el mundo. La sangre mancha mis talones, prefiero no voltear a ver.

-¡Pobre animal! -grita entre llanto, volviéndose desde la cuadra anterior.
-Jesucristo nunca se acordó de él. No se acuerda de nosotros, los perros callejeros.

Fotografía por Nastya Pestrikova