Crimen en primer grado

Una película de gore fue lo que unió nuestros átomos. Ninguna colisión había despedido tanta energía como aquel big bang dueño de esta incertidumbre llamada vida.
Rob Zombie fue el director elegido, era nuestra primera cita, el fondo de nuestros vasos parece una estopa debido a que la cerveza ya se había secado en ellos. El olor a tabaco impregnaba cada espacio de mi aposento. Tus mejillas rojas me decían que la cebada y el lúpulo ya estaban haciendo efecto. Yo guardaba la cordura, pero mis ansias por tocar tus labios incrementaban como la temperatura en mi cuerpo.

Tus uñas carmín comenzaron a tocar mi cuello, pareciera que tu tomarías la iniciativa en este juego erótico que ambos queríamos jugar. Sin embargo no quería realizar movimiento alguno de un don Juan, no era de mi total agrado meterte en tus neuronas la percepción de que en mi vida fueras una aventura más. Mis intenciones eran puras, era destripar tu alma como el asesino a su víctima en esta película que veíamos sin observar. Podía sentir tu respiración en mi oído. Logre notar tu hambre de sangre y alcanzabas oler mi miedo, mi miedo de arruinar esta velada sangrienta. Era un mártir en las garras de una magnicida del amor. Me acorralaste en mi propio lecho. Sentía que en detrás de mí espejo se encontrar Zombie, Von Trier o Gaspar Noé filmaban a una leona tratando de devorar un cordero sádicamente, crudamente y violentamente.

El tiempo se detuvo cuando bebiste de la sangre de mis labios en ese primer beso, la homicida había clavado la primera cuchillada y sabias que después de esa cuchillada tu sed de hemoglobina crecería más. Yo con temor esperaba que el director de nuestra cinta gritara “corte” en nuestra escena criminal. Arrancaste mi camisa, esa fue la segunda puñalada (habías atravesado de tajo mis intestinos). En tu mirada podía advertir que aún no terminabas conmigo, te querías seguir complaciendo con tu víctima. Cuando me tenías desnudo, yo ya agonizaba, mis intentos de sobrevivir esta noche habían sido en vano. Yo inerte en mi propia cama, desangrándome de erotismo, amor y placer. Y tú abrazada a mí, como si fuera el trofeo de tu crimen cometido.

Llegó el amanecer, la escena había terminado, la escena el crimen solo tenía olor a tabaco y alcohol. Al abrir los ojos te encontrabas vistiéndote, guardando todas ese pálido armamento que una noche antes había acabado conmigo. Con una sonrisa en tu despiadada boca alcanzas a decirme con tu sintetizada voz, “a las 8:30 te veo en mi casa”. Entre mis subnormales pensamientos y en modo automático te respondo con mucha seguridad “ahí nos vemos, esta noche yo invito las cervezas”. Cierras la puerta y te marchas dejando el crimen cometido en el pasado. Respiro profundamente y me miro al espejo y entre mi pienso, “esta noche el asesinato lo cometo yo”.

Fotografía: subway rat